Me llamó mucho la atención, en Viena, uno de mis primeros viajes por Europa, años 80, las calles de la ciudad, más que en el propio centro (inter ring), las barrocas, las populares, tan planas las fachadas, sin miradores, sin apenas balcones.
Aquí sólo quedan así las calles más antiguas, pero siempre llenas de balcones. En el XIX llegaron los miradores, tan bonitos, singulares, y en el XX, a partir de la primera mitad, los balcones-miradores, es decir, la invasión del espacio público por el privado, sin miramientos, ordenado: máximo vuelo, 50% cerrado/abierto, 80% de la acera, a 60 cm del vecino…
En las nuevas hornadas de planes generales, desde los años 60 del XX, la invasión ya es total: no sólo es para calles amplias (más de 20m, por ejemplo) sino que es en todas!!! Basta recorrer cualquier ciudad, o pequeño pueblo por España y comprobarlo: siempre hay algún edificio, por muy céntrica o antigua que sea la calle, que tiene su invasión de balcón/mirador. El no va más son las calles mayores o principales de cualquier ciudad mediana/pequeña, que quizás tiene 15 o 12 m de ancho, pero se permiten 5 o 6 o más alturas y, por supuesto, vuelos al 50%. Estos vuelos ya sabemos cómo acaban, con los años: al 100 % cerrados.
Esto genera dos problemas, a mi entender: el primero (para mí el principal) es la fealdad, la ausencia de belleza-estética-proporción en las calles así invadidas, pues suelen convivir edificios antiguos con nuevos, y los nuevos rivalizan por ser más invasores; además la perspectiva de la calle se reduce y la sensación de agobio o estrechez de la misma se agranda (esto ahora, con las calles peatonales, se ha mitigado). El segundo, la insalubridad: la arquitectura racionalista, surgida de los análisis de soleamiento y ventilación de hace ya 100 años, fijaba unas proporciones de ancho/alto de calle/cornisa, que sirvieron de base para el urbanismo moderno. Cuando esto se olvida, y, lo que es peor, sobre cascos antiguos consolidados incluso se ocupa aún más la calle, el sol apenas llega a la calzada, a los pisos bajos, y la ventilación se resiente.
Desde una lectura actual, es un problema de sostenibilidad y cambio climático, pues a menor ventilación y soleamiento, más energía para conseguir el confort interior. La lección es clara: comencemos a abandonar las viejas ordenanzas, que no por antiguas son mejores, y pensar en un urbanismo sostenible, que no es otra cosa que solear y ventilar bien nuestros edificios. Además, ganaremos en belleza, siempre tan importante par nuestro bienestar, individual y social.